“… Pero el examen le reveló que no tenía fiebre, ni dolor en ninguna parte, y lo único concreto que sentía era una necesidad urgente de morir. Le bastó con un interrogatorio insidioso, primero a él y después a la madre, para comprobar una vez más que los síntomas del amor son los mismos del cólera.” – Amor en tiempos de cólera.

Nadie puede delimitarlo con exactitud, sin embargo todos lo hemos sentido. Un dolor intenso alrededor del área precordial acompañado de la necesidad de comer botes de nieve en cantidades industriales, con periodos asintomáticos que son exacerbados por ciertos estímulos visuales que en ocasiones pueden incluso ser incapacitantes, sin haber otro tratamiento más que reposo. Si no saben de lo que estoy hablando, por propósitos prácticos nombraremos esta patología cardiaca como “síndrome de corazón roto” (tranquilos no vienen imágenes).

Lo siento, mentí. Todo está en el Robbins y viene para el final .

Como se habrán dado cuenta estoy hablando de un sentimiento muy verdadero de “dolor” que viene después de que tu pareja (Novia/esposa/amiga/pretendiente/cualquier cosita/susodicha etc.) te corta (deja/manda por un tubo/pone los cuernos/se va con el vecino/te cambia por un gato/te denuncia con la señorita Laura).

Resulta un poco curioso que este dolor muchas veces se manifieste de un sentido muy real siendo a veces las relaciones en pareja entes tan lábiles.

El dolor más allá de sus descripciones poéticas tiene componentes fisiológicos claramente delimitados. Visto desde una manera mas científica hay que comenzar a entender este fenómeno. El dolor tiene en verdad dos componentes:

  1. Señalización relacionada con el sistema Mu-opioide.
  2. Actividad neural compartida en regiones que se asocian con la sensación desagradable del dolor.

Investigaciones que comienzan en 1970 con Jaak Panksepp sobre los fármacos que actúan en receptores mu-opioide revelan el papel que tienen estos receptores sobre fenómenos como el síndrome de angustia de separación, en el cual drogas como la morfina y la codeína (fármacos estimulantes de este sistema) reducen la angustia de separación en primates no-humanos. No resulta extraño que individuos con alteraciones en su sensibilidad a rechazo social son caracterizados por ciertos trastornos de personalidad como son: paranoia, comportamiento esquizoide y esquizotípico, también asociando tendencias a relaciones sociales trastornadas con preferencia a aislamiento  (Wirth, Lynam, & Williams, 2010).

Visto desde un punto evolutivo, el dolor al experimentar una desconexión o rechazo social puede ser útil dentro de un grupo de sobrevivencia en donde se necesita de otros; este dolor social es una manera de prevenir una separación del grupo y buscar una reconexión para sobrevivir. (Creo que acabo de describir la vida de los foráneos en Monterrey, ¿verdad?) Empero, sigue siendo el dolor que sentimos después del rechazo social algo no tangible en el sentido que no hay un estímulo doloroso que sea causado por un agente físico, el cual en sí mismo tiene componentes específicos:

  1. Componente sensorial el cual indica la intensidad objetiva así como la localización del estímulo doloroso.
  2. Un componente que determina que tan “molesto” es dicho estímulo (componente afectivo).

Este desglose resulta un poco más específico ya que en esta clasificación se tiene una asociación directa anatómicas a ciertas áreas del cerebro:

  • Componente afectivo —–> Estimulación de la corteza dorsal del cíngulo anterior (dACC)
  • Componente sensorial —–> Ínsula posterior y corteza somatosensitiva

Todo este rollo no es en vano, la identificación de estos elementos anatómicos permite a neurocirujanos lesionar estas áreas (casual). En operaciones en donde se ha lesionado el componente afectivo (dACC), pacientes reportan que todavía pueden sentir el estímulo doloroso pero que este ya no les molesta (Foltz & White,1962). En otro experimento en donde por medio de un juego virtual se simulaba un rechazo social mientras se monitoreaba  actividad del cerebro, se encontró que en el momento en el que sucedía el rechazo, había una mayor actividad de tanto el dACC así como también de la corteza somatosensitiva, indicando un componente afectivo así como sensorial en instancias de desconexión social. Un tercer estudio encontró que aquellas personas quienes recordaban una ruptura romántica dolorosa demostraron actividad tanto en regiones relacionadas con el dolor afectivo así como elementos somaticosensoriales (corteza, ínsula posterior) que era igual a los patrones registrados cuando se aplicaba un estímulo doloroso externo, indicando que hay un componente físico real objetivo en procesos de rechazo social. 

En esta figura podemos ver tanto la corteza dorsal del cíngulo anterior (dACC) y la insula.

Lo mas impresionante de estas dos estructuras es que son responsables de casi 100% de las ventas de helado Haagen Daaz en la semana del 14 de febrero.

Implicaciones de estas investigaciones revelan un cambio de paradigma en potencia sobre nuestras teorías actuales de dolor. Si extrapolamos algunos de los resultados podemos ver nuevas facetas del sentimiento de dolor del humano previamente no conocidas. Por dar un ejemplo, aquellas personas que eran más sensibles a estímulos de dolor físicos también fueron más sensibles a experimentos donde se simulaba un rechazo social (Eisenberger, Jarcho, Lieberman, & Naliboff, 2006).

Librando a estos conceptos de las explicaciones del mal de amores, esto tiene aplicaciones en el tratamiento de pacientes en situaciones en donde el manejo del dolor crónico toma mayor importancia, para pacientes internados por prolongados periodos de tiempo.

Estas estructuras neuronales compartidas del dolor pueden haber sido cruciales desde un punto evolutivo para supervivencia en grupos o manadas. Sin embargo, actualmente estas estructuras hacen de nosotros lo que quieren, guiándonos en repetidas ocasiones como mariposas incautas reposando sobre las fauces abiertas de cocodrilos de río, fuente de las más grandes alegrías así como de hondas desolaciones que al fin y al cabo terminan dando sentido a la vida. No hay solución, no hay cura y sobre esto lo único sensible que puede ser dicho lo escribió el gran Gabriel García Márquez en “Amor en tiempos de cólera”:

“Aprovecha ahora que eres joven para sufrir todo lo que puedas, que estas cosas no duran toda la vida” 

(Tránsito Ariza a su hijo cuando desvariaba de amor)

– Amor en tiempos de cólera 

 Autor: Christian Boada

Bibliografía:

  • Panksepp, J. (1998). Affective neuroscience. New York, NY: Oxford University Press.
  • Wirth, J. H., Lynam, D. R., & Williams, K. D. (2010). When social pain is not automatic: Personality disorder traits buffer ostra- cism’s immediate negative impact. Journal of Research in Per- sonality, 44, 397–401.
  • Foltz, E. L., & White, L. E. (1962). Pain “relief” by frontal cingulu- motomy. Journal of Neurosurgery: Pediatrics, 19, 89–100.
  • Eisenberger, N. I., Jarcho, J. M., Lieberman, M. D., & Naliboff, B. D. (2006). An experimental study of shared sensitivity to physical pain and social rejection. Pain, 126, 132–138.
  • Eisenberger, N.I. (2012) .Broken Hearts and Broken Bones : A Neural Perspective on the Similarities Between Social and Physical Pain. Current Directions in Psychological Science, 21, 42-47
  • García Márquez, Gabriel . Amor en tiempos de cólera . Colombia : Sudamericana , 1985. Print.