“Si votar cambiara algo, lo harían ilegal.”
Emma Goldman

Y así pues, he decidido empezar mi reflexión. Ha sido realizada basada en una edición del programa “La dichosa palabra”, de la temporada XI emitida en el año 2013, pero tiene vigencia actual; este tipo de ideas, permanecen en el tiempo, escapan del yugo lacerante de la caducidad. Para quienes desconocen el programa, la dinámica consiste en la dilucidación colectiva por parte de los conductores acerca el significado de una palabra, sus orígenes etimológicos e implicaciones de todo tipo, con el propósito de enriquecer la cultura del espectador y crear una sana reflexión.

En esta edición del programa, la palabra sobre la que discuten es oclocracia. Germán Ortega, uno de los conductores del programa, empieza mencionando que la sabiduría es dejar ir cuando lo que quieres es retener, y retener cuando lo que quieres es dejar ir. No obstante, y en mi humilde opinión, considero que eso no es válido para la literatura. Si bien dentro de la vida es fundamental mostrar una actitud positiva, de aprendizaje y salir adelante, la buena literatura (porque no todo es literatura) es ese pequeño lujo oculto que los amantes del arte nos damos para gozar un poco de los caprichos de la piel –Al fin y al cabo, Da Jandra no estaba tan equivocado-.

Viene a escena la palabra paradigma, todavía no dichosa porque la dicha se guarda para las grandes majestades y protagonistas de la obra. Sin embargo, me parece muy interesante cómo desde la antigüedad ya los grandes filósofos y padres de la ideología occidental enunciaban una gran diferencia en el significado de la palabra, uno decía que era el ejemplo de la verdad y otro una copia falsa. Esto es una muestra de la enorme riqueza de opiniones que se pueden dar entre individuos y cómo esto a su vez, enriquece a una tradición cultural por siglos.

Nuestra siguiente víctima es la expresión Escila y Caribdis y para hacerlo, tendré que poner alto a muchas de mis ideas, dado que cátedras y cátedras podrían ser escritas y dictadas sobre el tema. Independientemente del mito griego, lo que la expresión significa, es esta tendencia de ciertas culturas a imitar estas otras que a pesar de haber traicionado a las primeras, se les guarda cierto respeto o admiración porque el ideal se encuentra en ellos. El ejemplo perfecto, en boca de los comentaristas y secundado por mí, es la situación cultural de “agringamiento” que México experimenta hoy en día. A pesar de la discriminación y de las injusticias históricas de las que México, como patria ha sido víctima, la mayoría de la población mexicana guarda en lo profundo de su ser un deseo por querer adoptar sus costumbres (si es que se les puede llamar así) y sus formas de vida. Hecho el cual, desde la razón, me parece terrible e inaceptable.

México siendo una país con playas de ensueño, clima maravilloso y una gran riqueza cultural, cede ante la ignominia de algunas cuantas marcas e ilusiones de temporada. Sin embargo, si lo analizamos desde el inconsciente colectivo de la sociedad y tomamos en cuenta que dicho inconsciente ha sido una de las contaminaciones del pensamiento mexicano más grandes, es entendible, y Guillermo Bonfil Batalla (2005) en su obra México profundo: una civilización negada, lo explica muy bien. Estudia el fenómeno ideológico que el hecho de haber sido el pueblo conquistado se transminó en las grietas de la formación nuestro país, a pesar de haber sido una cultura muy superior en organización política, estudio de los astros, conocimiento matemático, etc. No obstante, los españoles fueron los suficientemente ignorantes para no comprender la visión mágica de México y toda Latinoamérica que se conserva hasta nuestros días.

Esto a su vez, ha desencadenado otro efecto. Tenemos, no la coexistencia pacífica de dos culturas para la creación de nuevos puntos de vista, sino el yugo aplastante de una sobre la otra, y esto se ha convertido en un problema a nivel ideológico y político, un problema que ha sumido a la población es una búsqueda de identidad no alcanzable, si México quiere crecer, tiene que volver a sus raíces y hacer lo que lo hizo grande en un principio. Acontece una especie de oclocratización (permítaseme el neologismo) de la cultura mexicana.

Y si pensaron que esa había sido la reflexión del trabajo, no he terminado. El término oclocracia pudo mágicamente captar mi atención y desatar una serie de eventos sinápticos en mi cerebro que sólo ocurre cuando el tema a discutir es de sumo interés. El elenco del programa, o más bien Laura García, propone la oclocracia como esta deformación de la democracia -ya enunciada por Aristóteles en el siglo II- como una de las tres deformaciones de gobierno: tiranía, oligarquía y oclocracia. No obstante, también se menciona el gran impacto semántico que esta palabra sigue teniendo en la actualidad. Creo firmemente que vivimos en una democracia deforme, donde el voto popular es justamente eso, el voto de la muchedumbre, que dista mucho de ser un pueblo. Cuando algo se lleva a las masas, pierde toda racionalidad y los intentos por ser objetivos caen uno por uno, uno tras otro, porque el concepto de masas, implica dejar atrás la idea de individualidad de cada ciudadano propuesta por Jean Jacques Rousseau y entonces se convierte en la voluntad popular, pero es en realidad la voluntad de una muchedumbre no instruida. Los partidos políticos son cómplices de tal deformación pues pierden de vista que su labor como promotores de líderes es despertar las potencias sociales. El sistema de gobierno no tiene un rumbo claro, no sabemos hacia dónde vamos y es muy lógico, si ni siquiera sabemos de dónde venimos. La pregunta que quiero dejar para finalizar, es ¿será acaso posible una democracia pura? ¿Hasta qué punto es inevitable la oclocracia?

Autor: Jesús Ortiz – Editor: Gina González

Bibliografía:

  • Bonfil Batalla, G. (2005). México profundo: una civilización negada. (2ª edición). México: DeBolsillo.
  • Maldonado, R. (Productor) y Cremoux, R. (Director) (2013). La Dichosa Palabra. [TV], Temporada XI Programa 5, México, Canal 22