Ortorexia nerviosa, término como se llama a este desorden alimenticio, el nombre proviene de la palabra griega ‘Ortho’ que significa recto, apropiado o correcto.

Pero, ¿qué tan común es este desorden?

Es difícil distinguir entre los cuidados “normales” al comer saludable y la ortorexia nerviosa, pero una forma de definir esta condición es que el comer “sano” provoca malestar significativo o consecuencias negativas en la vida de una persona.

Comportamientos como “sumirse en la tristeza” por comer un pedazo de pan, sentir ansiedad por saber cuando toca comer brócoli, chía o quinoa o incluso cuando sólo se puede comer en casa porque se puede controlar el consumo de “súper alimentos”. Estos comportamientos ‘extremos’ pueden tener un impacto significativo en las relaciones con la familia, amigos y en la salud mental.

La ortorexia nerviosa no está reconocida como un trastorno alimenticio pero los investigadores han desarrollado y probado cuestionarios en diversas poblaciones para tener una idea de su prevalencia. Investigadores italianos desarrollaron el cuestionario ORTO-15 en el 2005, con una puntuación de corte por debajo de 40 que significa ortorexia nerviosa. No obstante, las puntuaciones por encima de 40 aún pueden sugerir una tendencia a conductas alimentarias patológicas y / o rasgos de personalidad obsesivo-fóbicos. Las preguntas incluyen: “¿El pensar sobre la comida hace que se preocupe por más de tres horas al día?” Y “¿Se siente culpable cuando rompe las reglas de alimentación saludables?” Sin embargo la pregunta es: ¿se puede clasificar a la ortodoxia como un problema mental? Algunos clínicos argumentan que la ortorexia nerviosa debería ser reconocida como un desorden de la alimentación e incluso han propuesto criterios diagnósticos al DSM. Los clínicos destacan patrones de comportamiento patológico distintivos en la ortorexia nerviosa como la motivación por sentimientos de perfección o pureza más que la pérdida de peso, como se ve en la anorexia nerviosa y la bulimia. Algunos otros no están de acuerdo y muestran que no consideran que se deba clasificar como un desorden alimenticio o entrar en las categorías de desórdenes mentales. Lo que sí está claro es que se necesita más investigación en este tema, incluyendo el diagnóstico y la posibilidad de incluirse en el DSM como un desorden alimenticio independiente. Asimismo, también es importante considerar que las personas pueden fluctuar entre las clasificaciones de desórdenes mentales y que algunas etiquetas o clasificaciones no son tan importantes como el hecho de proporcionar una solución a los pacientes con estas patologías, como es el caso del tratamiento de terapia cognitiva conductual.

Autor: Dania Carballo – Editor: Ángel Altamirano

Bibliografía: