Muchas veces nos es fácil pensar que gracias a la ciencia, los científicos y quizá las estrellas, hoy tenemos aspirina. No sólo aspirina, pero también anestesia y trasplantes de órganos. Pero más que nada, el primero. Un trasplante de órgano probablemente está lejos de nosotros, y qué bueno si así lo es, pero pensemos en la aspirina por un momento. Todos tenemos un bote en nuestras casas: abajo del lavabo del baño, a un lado del cereal en la cocina, en el buró de la cama, o en todas las anteriores. El problema es que no pensamos en ella. La compramos automáticamente, la conservamos en una temperatura ideal como recomienda la etiqueta, y de vez en cuando una pastilla o dos para calmar cualquier tipo de dolor –énfasis en cualquier-.

Si tomamos aquél bote de aspirina y leemos la formula, dirá: ácido acetilsalicílico. Es una palabra compleja, pero con un origen bastante simple: la corteza de sauce, un árbol grande que vive en zonas frías como el Hemisferio Norte. Hace miles de años, en la prehistoria, el humano ya tomaba aspirina; lo que hacía era que masticaba la corteza del árbol, pero prácticamente le producía el mismo efecto, aliviarse después de un día pesado en el trabajo.

El primero que escribió acerca de la corteza del sauce como curativa para fiebres y dolor fue Hipócrates, un médico griego que vivió alrededor del 400 a.c. Casi 2000 años después, Edward Stone, un clérigo, redescubrió la aspirina dándole a 50 pacientes una preparación de corteza de sauce que al parecer los alivió. La historia continúa cuando el francés Henry Leroux, aisló el ácido en 1829. Fue hasta los 1890s que Felix Hoffman en Bayer usó el ácido acetilsalicílico para curar a su padre de reumatismo, con tal éxito que para 1899, Hoffman ya estaba distribuyendo la fórmula a otros médicos y para 1915 ya se vendía casi automáticamente como ahora en cada esquina.

En 1982 se les reconoció con el Premio Nobel de la Medicina a aquellos investigadores que dieron la razón por la cual la aspirina había sido tan efectiva para la humanidad. Ahora sabemos (y aún se continúa investigando), que en los tejidos periféricos, como la piel, los huesos o los músculos, la aspirina bloquea la producción de prostaglandinas, un tipo de hormona que en los tejidos inflamados provoca la sensación de dolor. Además, también actúa centralmente, ya que por su composición química, el ácido acetilsalicílico se entrelaza con la espina dorsal donde actúa sobre las prostaglandinas y la transmisión de dolor.

La aspirina es más compleja de lo que esconde en su forma pequeña, redonda y blanca. Aún hay muchos datos por escribir en la línea de tiempo de este medicamento debido a todos los nuevos descubrimientos acerca de sus propiedades por ejemplo, su ayuda en la prevención ataques cardíacos. La aspirina es sólo uno de los tantos medicamentos con los que nos encontramos cada día, y sin embargo como cada uno de nosotros, esconde una historia auténtica que no sólo le da su esencia pero también su fundamento y es importante no ser ignorantes ante ello.

Autor: Daniela Montemayor – Editor: Gustavo Gutiérrez

Bibliografía: