Se atribuye el invento del primer antibiótico al químico y patólogo alemán Gerhard Domagk por haber creado Prontosil, una sulfonamida con acción bactericida amplia contra microrganismos del tipo estreptococo y estafilococo, en el año de 1931. Sin embargo, antes de que este hombre naciera e incluso antes de que Antonie van Leeuwenhoek describiera las bacterias como “pequeños animalículos que nadaban con gracia” al verlos a través de lo que se conocería como el primer microscopio rudimentario, los antibióticos ya habían sido creados y los humanos no fueron los responsables de ello.

Análisis genéticos de bacterias encontradas en cuevas nunca antes penetradas por humanos muestran la presencia de enzimas Beta-lactamasas originadas hace dos billones de años. Si recordamos, antibióticos como las penicilinas, cefalosporinas, monobactámicos, carbacefema y carbapenemas, están formados molecularmente por anillos Beta-lactámicos. Esto significa que bacterias con Beta-lactamasas escinden estos anillos, confiriéndoles resistencia a la acción antibiótica. Pero, ¿por qué bacterias de hace dos millones de años desarrollaron estas enzimas si aún no había humanos que usaran antibióticos contra ellas? Esta incógnita se puede responder con otra pregunta: ¿Qué pasó con Alexander Fleming y la penicilina en 1928? La penicilina G, o también llamada bencipenicilina, fue el primer antibiótico usado en la medicina pero no fue creado, sino descubierto. Así como los hongos del género Penicillum (sintetizadores de penicilina), bacterias con características especiales han estado matando otras bacterias desde hace millones de años, por lo que evolutivamente las ha llevado a la creación de antibióticos que les permiten protegerse y defenderse para su supervivencia.

En el 2011, investigadores que exploraron las Cavernas de Carlsbad, en Nuevo México, confirmaron la presencia de diversos tipos de bacterias y afirmaron que cada cepa era resistente a al menos un antibiótico moderno, resultando la mayoría resistente a múltiples drogas tanto sintéticas como naturales. Los humanos no son los creadores de antibióticos y tras billones de años evolutivos, las bacterias han generado mecanismos que les permiten sobrevivir en su entorno, haciendo la resistencia a fármacos inevitable.

¿Por qué no podría eliminarse la resistencia a antibióticos evitando la prescripción inadecuada de ellos? Debido a que el propósito de los antibióticos es matar a las bacterias, ya sea que se usen de manera apropiada como inapropiada, el resultado sería el mismo y las bacterias, del igual modo, buscarían una solución para no ser eliminadas por esos fármacos. La diferencia entre ser consciente o no a la hora de prescribir antibióticos radica en que si no son requeridos no ocasionan un beneficio y solo permanece la parte del daño colectivo para el resto de personas que pueden llegar a infectarse por esa bacteria que generó resistencia al antibiótico disponible. La resistencia sigue siendo inevitable, como antes mencionado, pero puede generarse de manera más lenta si solo se utilizaran antibióticos cuando sea estrictamente necesario.

En la siguiente tabla, tomada del artículo “Resistencia a antibióticos” por Jesús Silva Sánchez (2006) de la Revista Latinoamericana de Microbiología, se identifican los principales microrganismos causantes de seis tipos de infecciones comunes.

Cada uno de estos patógenos ha ido incrementando la cantidad de antibióticos a los que es resistente. Aparentemente, esta situación es más preocupante para clínicos que para los pacientes, ya que muchos insisten en que se les prescriba al menos uno en cada consulta a pesar de que se les explique por qué no lo requieren. Esto causa un problema psicológico en el médico tratante, ya que se enfrentan ante la disyuntiva de recetar antibióticos para que el paciente salga contento de la consulta o no recetarlos, que el paciente no vuelva y lo considere como mal doctor. Los médicos deben de informarles a los pacientes sobre la rápida generación de resistencia a los antibióticos que se ha visto a lo largo de los años por el uso incrementado de éstos y el peligro que representa.

Tal vez pienses: “Bueno, pero cuando sí requiera antibióticos, seré buen paciente y completaré el tratamiento aunque ya no presente síntomas”. A pesar de que siempre se ha dicho que es necesario que el paciente se tome el tratamiento completo con antibióticos para evitar la aparición de resistencia, no hay evidencia científica que respalde el beneficio de esto. De hecho, estudios han encontrado que es preferible aconsejar terapias de corta duración para disminuir la generación de resistencia. Por supuesto, esto solo aplica para infecciones bacterianas agudas, no para infecciones crónicas. También el paciente está obligado a informarle a su médico que ya no presenta síntomas y descontinuará el tratamiento.

A pesar de que en estos tiempos se conoce ampliamente sobre las bacterias y se desarrollan nuevos antibióticos para combatirlas, sigue aumentando la evidencia que esclarece conceptos creídos sin fundamento científico. Es importante que los doctores tengan una buena preparación con respecto al conocimiento de fármacos para saber cuál es la mejor opción para su paciente y siempre mantenerse actualizados sobre generación de nuevas resistencias. Si no se asegura un buen uso de fármacos, más bacterias generaran mecanismos de resistencia que compartirán esa información genética con otras bacterias de la flora normal del paciente y estas se esparcirán tanto a otros órganos como al exterior; hacia el ambiente del afectado (comunidad u hospital). Así, hay que disminuir la velocidad con la que las bacterias generan resistencia o sobrepasará la velocidad con la que sea crean nuevos antibióticos y no se tendrá con qué tratar las infecciones de los pacientes.

Autor: Valeria Leal Isla – Editor: Olga Santín

Bibliografía: