Era un momento inédito en la historia de la política americana. En 1984, Ronald Reagan, a meses de cumplir 73 años, era el hombre de mayor edad en ser Presidente de los Estados Unidos de América. A pesar de tener un primer mandato sumamente exitoso; provisto además de un enorme carisma, elocuencia y personalidad, comenzaron a surgir dudas de su integridad física y mental para su campaña de reelección.

Durante su primer debate contra el candidato demócrata se le vio cansado y confundido, sus respuestas divagantes, revolviendo sus notas y en momentos incluso sin palabras. En su reencuentro, durante el segundo debate, se le preguntó tácitamente si podría su edad repercutir en su rendimiento como presidente, si el mismo Presidente Kennedy de tan solo 43 años tuvo que mantenerse despierto y activo por días durante las peores crisis. Fue entonces, en uno de los momentos más memorables de los debates presidenciales, que aplacaría las dudas al puro estilo jovial de Reagan, el momento que pondría al auditorio entero, inclusive a su contrincante, a reírse a carcajadas y que le garantizaría la reelección ese año:

“No en lo absoluto y señor moderador, quisiera que sepa que no permitiré que la edad se vuelva un problema de campaña. No me aprovechare, por propósitos políticos, de la juventud e inexperiencia de mi oponente.”
Ronald Reagan, Presidente de los Estados Unidos, 1980-1988

Antes de convertirse en presidente en 1980, Reagan había tenido una tumultuosa vida, no solo en la política, sino en el mundo del espectáculo. Comenzó trabajando como actor para el estudio Warner Brothers en 1937, participando en múltiples películas de renombre y ganándose fama entre las estrellas. Su liderazgo innato y su habilidad para motivar a sus colegas lo llevó a ser el presidente del gremio de actores de pantalla de 1947 a 1952.

Una anécdota notable de su vida como actor es que durante la segunda guerra mundial, tras quedar vetado del combate por dificultad visual, trabajó para el ejército dirigiendo una unidad artística, encargada con crear filmes de entrenamiento y capturar las ahora famosas fotografías de mujeres para propaganda militar. Una de las modelos involucradas sería una desconocida llamada Norma Jeane, quien de ahí se lanzaría al estrellato en algunos años cambiando su nombre a Marilyn Monroe.

Eventualmente, como ocurre con mayoría de los artistas, su fama disminuyó, al punto que pasó a trabajar en televisión y de ahí como portavoz de compañías. Durante una década de trabajo fuera de la farándula, Reagan cambió sus expectativas y su visión del mundo. Sustituyó sus ideales liberales de Hollywood por unos de desregulación y gobierno limitado. Apoyado por su esposa, Nancy, se propuso a alcanzar otro tipo de fama, la política.

La ventaja de Reagan yacía en que en él sobraba lo que en otros políticos era inexistente. Él poseía una personalidad efusiva y una oratoria positiva que buscaba crear una imagen de un paraíso idílico que estaba al alcance del pueblo americano. Podía otorgar a su audiencia lo que esta quería, interpretando el rol que fuera necesario a la ocasión dejando siempre al público con un buen sabor de boca. El ejemplo clave fue en 1964, tras unirse al partido republicano, cuando dio un discurso titulado “Un Momento para Elegir” cuya elocuencia le ganó la admiración y el reconocimiento de todo el partido republicano. Este momento se transformó en una plataforma con la cual ganaría la gubernatura del estado de California en 1966, la primera entrada exitosa de un miembro conservador de Hollywood a la política. El papel de su vida estaba cada vez más cerca. Tras su inédito ascenso, sería el tiempo, ominosamente, su mayor enemigo.

En 1968, a sus 57 años, Reagan se postuló sin éxito para la presidencia, lo que lo impulsó en su lugar a competir por la reelección como gobernador. En otro momento icónico, The Beatles, entonces el grupo musical más popular del planeta, escribieron una canción en contra de Reagan y a favor de su oponente un denominado guru del LSD, Tim Leary, “Come Together”. No obstante, Reagan ganaría la campaña y terminaría su mandato en 1975.

Un año después volvió a perder la nominación esta vez ante el presidente incumbente, Gerald Ford, quien perdió a su vez contra Jimmy Carter. 1980 sería su última y mejor oportunidad, e incluso a sus 69 años, siendo el candidato de mayor edad hasta ese momento, no se rendiría. El país estaba en una situación económica y geopolítica trágica. El desempleo por encima del 12% y una inflación creciente por el precio elevado del petróleo habían condenado a los americanos a una visión pesimista del futuro. Tras empezar su campaña con pobres expectativas y un reconocimiento desgastado por el paso de los años, decidió ponerse al frente y cambiar el discurso político a uno de fortaleza. Su mensaje a los republicanos y americanos en general fue simple: “Hagamos a América grandiosa de nuevo.”, mismo mensaje que fue utilizado hace apenas unos meses por el actual Presidente Donald J. Trump.

Como en gran parte de su vida, la línea correcta en el momento preciso serían la clave del éxito de Ronald Reagan. En un debate que el mismo patrocinó para su partido, el moderador le negó la palabra repetidamente. Cuando Reagan persistió en continuar su argumento, comenzó una discusión a voces empalmadas entre ambos y el moderador solicitó repetidamente que apagaran el micrófono del Gobernador Reagan. En una furia espontánea, donde era indiscernible si se trataba de sentimiento o actuación, Reagan gritó: “Estoy pagando por este micrófono, Sr. Green.”

En poco tiempo, Reagan recapturó la atención de su partido y eventualmente ganaría su nominación a la presidencia. Durante esta campaña escogió como su vicepresidente, a su principal rival republicano y posteriormente presidente George H.W. Bush (1988-1992), quien es el padre del también expresidente George W. Bush (2000-2008). A pesar de una elección reñida contra el Presidente Carter, para el día de la elección, Reagan arrasó el mapa electoral y se ganó la presidencia.

El primer mandato de Ronald Reagan fue uno de drama, donde el presidente de los Estados Unidos salía adelante de situaciones difíciles en gran medida con sentido del humor y fortaleza mental. Sería a poco más de un mes de su inauguración que vendría una de las pruebas más difíciles para un presidente. Le ocurriría una tragedia que tuvo sus orígenes en el Hollywood que había dejado atrás, un evento que marcaría su vida, salud y su percepción pública años por venir.

John Hinckley Jr. era un joven que abandonó la universidad y pasaba su vida vagando por los EEUU. Después de ver la película de 1976 “Taxi Driver” quedó obsesionado con la actriz protagonista, Jodie Foster, a quien comenzó a contactar y eventualmente acosar. Plagado por su malestar psicológico desatendido, decidió que la única manera de llamar la atención de Foster sería imitando a la película. Su gesto máximo de romance sería asesinar al presidente de los Estados Unidos. El 30 de Marzo de 1981, cuando Ronald Reagan iba saliendo de dar un discurso en Washington, D.C., John Hinckley disparó al presidente y a otros tres hombres con un revólver.

Durante el tiroteo, los agentes del servicio secreto, ante los disparos, lograron proteger al presidente, pero solo parcialmente. Reagan recibió una herida por bala calibre 22 milimeteos que atravesó la región axilar izquierda, golpeó su séptima costilla y perforó su pulmón izquierdo, colapsándolo. Fue trasladado de emergencia al hospital George Washington, donde requirió de cinco unidades de sangre. El proyectil; comentarían después del procedimiento sus médicos, estuvo a centímetros de haber impactado en su corazón.

Característico de Reagan, herido, pero aún consciente, intentó calmar el estrés de quienes estaban a su alrededor. A su esposa, al llegar al hospital, le dijo: “Cielo, olvide agacharme”. A sus preocupados asesores: “No se preocupen, me libraré de esto. ¿Quién está vigilando la tienda?”. Pero más famosamente, a sus médicos les dijo: “Espero que todos sean republicanos”.

Afortunadamente, dentro de unos días, el Presidente Reagan se encontraba estable y trabajando de nuevo en la casa blanca. Tras el incidente, su aprobación por el público se encontraba en valores sumamente altos y sus oponentes dieron un periodo de calma mientras seguía en recuperación, considerando la posibilidad que Reagan se encontrara debilitado. Esta luna de miel, no obstante, sería corta.

Su primer desafío vendría pronto, con la huelga de controladores de tráfico aéreo el verano de 1981. La unión laboral de este gremio se rehusó a laborar en búsqueda de mejores condiciones de trabajo, lo que hubiera estancado el comercio y transporte a nivel nacional y con ello la economía. Reagan tras iniciar un plan de contingencia, sumamente furioso, dio el aviso que se encontraban en una violación de su contrato que específicamente prohíbe huelgas, declarando un ultimátum, donde quien no regresara a su labor en 48 horas sería despedido de su trabajo. Dos días más tarde cumpliendo su promesa, el presidente despidió al 90% de los controladores de tráfico aéreo, todos los involucrados en la huelga. Sus labores fueron sustituidas por otros miembros de la federación de aviación e incluso de las fuerzas armadas, siendo vetados de volver a fungir en capacidad de controladores.

Reagan (izquierda) y su gabinete presidencial

En el frente doméstico, tras su victoria sobre la huelga, Reagan decidió redoblar sus esfuerzos, ningún enemigo, doméstico o extranjero, tendría descanso de su parte. En la agenda doméstica logró aumentar el presupuesto de las fuerzas armadas y nominar a la primera mujer a la Suprema Corte americana. En política externa, oficialmente declaró a la unión soviética como un “malvado imperio” y promovió movimientos anticomunistas a nivel global. Rusia en particular sería un blanco frecuente de las bromas y chistes que adoraba hacer a la prensa:

“¿Como se reconoce a un comunista? Bueno, pues es alguien que lee lo que escribieron Marx y Lenin. ¿Y cómo se reconoce a un anticomunista? Es alguien que entiende lo que escribieron Marx y Lenin.”

Su propuesta económica, denominada “Reaganomics” fue una de reducciones de impuestos y desregulación industrial con el propósito de aumentar la competitividad de las compañías americanas. Para él se podía resumir su mensaje ejecutivo en la frase: “No existen palabras más temibles en el idioma inglés que: soy del gobierno y vengo a ayudar.” A pesar de reducir el gasto gubernamental en programas sociales, que para algunos críticos afectó el bienestar de los americanos más pobres, logró que para 1983 la economía comenzara a recuperarse y que, en sus palabras: “amaneciera de nuevo en América”.

Sería Ronald Reagan, tristemente, quien a partir de esta resurgencia política comenzaría a experimentar el ocaso de su vida, el peso de su edad en su bienestar y salud. A menos de un año de su reelección, en 1985 se le sometió a una proctoscopía por sangrado, donde se encontró un pólipo benigno en su colon. Fue después sometido a una colonoscopía, donde se le encontró un adenoma velloso, neoplasia con alto riesgo de volverse maligna y poner en peligro su vida. Reagan, esta vez preparado, se sometió a cirugía y cedió el mando de la nación a su vicepresidente durante siete horas.

Reagan continuó peleando, en el ámbito de su salud y la política americana. Sus intervenciones militares en Líbano como parte de una fuerza multinacional resultaron en la muerte de 241 americanos. En Granada, su intervención derrocó un movimiento revolucionario marxista pero dio puerta a la averiguación de un escándalo de proporciones mayores en sudamérica. Se descubrió que su gobierno había vendido armas a Irán, lo cual era ilícito, para patrocinar a las guerrillas Contras en Nicaragua. A pesar de negar en un principio su conocimiento de este arreglo; eventualmente, a insistencia de su esposa, lo reconoció.

En 1987, fue sometido a su tercer intervención quirúrgica como Presidente, esta vez una resección transuretral para lidiar con hiperplasia prostática benigna. Ese mismo año, se le diagnosticó con carcinoma basocelular en la nariz, un tipo poco agresivo de cáncer de piel. Se le extirpó la lesión. Cada vez más asediado ante la prensa, “Ron Teflón” esquivaba la seriedad, tomando las acusaciones de vejez y haciendose a si mismo el blanco de sus bromas: “Thomas Jefferson aseguró que nunca hay que juzgar a un presidente por su edad, solo por su trabajo. Y desde que me dijo eso me deje de preocupar.”

“Le he dicho a todos que piensen en mi nariz como un anuncio alertando a la gente que no se exponga al sol”

A pesar de su salud, Reagan alcanzaría su máximo logro, por el cual se le reconoce en mayor medida en los libros de historia. Por medios diplomáticos, aunque no dejaría de mofarse de los rusos, logró alcanzar una relación más estrecha con el líder de la URSS, Mikhail Gorbachev. Esto logró en 1987 la firma del tratado START II, que reduciría el número de armas nucleares de ambos países. El momento culmine y quizá su frase más icónica vendría ese mismo año en una visita al muro de Berlín, donde terminó su discurso en la puerta de Brandemburgo con las palabras que quedarían grabadas en la historia:

“Secretario General Gorbachev, si busca paz, si busca la prosperidad para la Unión Sovietica y Europa del Este, si busca liberalización, venga aquí, a esta puerta. ¡Sr. Gorbachev, abra esta puerta! ¡Sr. Gorbachev, derribe este muro!”

A un año de dejar la presidencia, el 9 de Noviembre de 1989, caería el muro de Berlín, donde el mismo Reagan iría a participar con un martillo en la demolición. Dos años más tarde, caería la Unión Soviética, terminando así la Guerra Fría.

En 1994, Reagan publicaría la siguiente carta al pueblo americano:

“Mis compatriotas americanos,
Recientemente se me informo que soy uno de los millones de Americanos que serán afligidos por la enfermedad de Alzheimer.
(…) Ahora comienzo el viaje que me llevara al ocaso de mi vida. Sé que para América siempre habrá un amanecer brillante por venir.”

Existe mucha especulación y poca información certera con respecto a si Ronald Reagan padeció de enfermedad de Alzheimer durante su mandato. No existe suficiente evidencia médica que pueda corroborar el diagnóstico antes de 1993. Aproximadamente, un 25% de las personas mayores de 80 años padecen de esta enfermedad. Reagan, en 1980 incluso dijo a la prensa que renunciaría de la presidencia si los médicos lo encontrarán incapaz mentalmente.

Existen varias anécdotas durante su presidencia. En una ocasión en Brasil, pidió un brindis por el pueblo Boliviano. En otra, durante una sesión de fotos en 1984, ante una pregunta de armamento, Reagan se mostró confundido y fue incapaz de dar una respuesta, hasta que su esposa Nancy le susurro en el oído que responder. En 1986, una reportera conocida por el presidente afirma que él no la reconoció durante gran parte de una entrevista, recuperando la lucidez para el final de la misma. Varios expertos de lenguaje indican que había signos muy tempranos de demencia en sus patrones del habla desde el inicio de su segundo término, donde progresivamente aumentó a repetir palabras, sustituir sustantivos por la palabra cosa y utilizar un vocabulario menos complejo.

Una vez habiendo dejado la presidencia, le caería encima el peso verdadero de su enfermedad. Sufrió de una hemorragia cerebral al caer de un caballo tiempo después de iniciar su vida como civil. Durante una ceremonia en honor a su aliada inglesa, Margaret Thatcher, repetiría el mismo discurso dos veces seguidas. En 2001 sufrió de una caída en su casa, con la cual se fracturó la cadera, la cual tuvo una tortuosa y lenta recuperación. Nancy Reagan, para 2002, habló a los medios de la tragedia más grande que vivía, el hecho que no podía saber con certeza si el hombre que era su esposo desde hace 50 años aún era capaz de reconocerla.

Reagan fallecería en Los Ángeles en 2004, a sus 93 años de edad, a causa de neumonía.

Autor: Iván de la Riva – Editor: Emilia Issa

Bibliografía: