México es un país increíblemente rico en diversidad, en cualquier interpretación del significado de la palabra. Aquí, uno se encuentra de todo: diversidad ecológica, idiomática, de género y sexual. Como profesionales de la salud, tendremos que enfrentar esta diversidad día a día en nuestro consultorio, pero ¿acaso estamos preparados para ella?

Es muy difícil determinar el número exacto de personas LGBT+ en nuestro país, ya que no existen muchos estudios al respecto y la comunidad en sí es extremadamente diversa. Sin embargo, se estima que son el 3.6% de la población, es decir, más de 4 millones de personas mexicanas son lesbianas, gays, bisexuales, trans o queer(1).

Es importante como profesionales de la salud educarse en temas sobre la salud de esta minoría ya que ha existido un estigma en el área de la salud hacia personas LGBT+. Esto crea una barrera de comunicación entre el médico y el paciente. Muchas personas queer evitan buscar servicios médicos por experiencias de discriminación y homofobia en el mismo sistema de salud. Por lo mismo, no se sienten seguros en compartir su orientación sexual con sus doctores, lo que significa que no reciben un cuidado apropiado (2). Aunque no existen enfermedades específicas a esta población, sí son más propensas a algunas. En Estados Unidos se realizó un estudio (3) comparando los indicadores de salud más importantes en su país y aquellos con mayor incidencia negativa en la comunidad LGBT+ que se muestra en la siguiente tabla:

Al ignorar la orientación sexual o la identidad de género de los pacientes se pueden pasar por alto este tipo de problemas, especialmente los de salud mental que afectan el resto de la salud física de la persona. Se ha encontrado que este tipo de trastornos de salud mental se deben a la discriminación a la que la comunidad LGBT+ se enfrenta, y aumenta la incidencia de estos y de violencia anti-gay en ambientes más hostiles (4). De la misma manera, se pueden ignorar posibles oportunidades para educar a la población LGBT+ sobre un comportamiento sexual responsable y saludable, pues no existen suficientes recursos y herramientas sobre salud sexual de esta minoría. Esta falta de educación resulta en una mayor incidencia de cáncer cervico-uterino, de mama y endometrio en mujeres lesbianas, y de cáncer anal en hombres gay (5).

Y bueno, ¿qué puede hacer uno con toda esta información? ¿Cómo podemos crear espacios seguros para nuestros pacientes LGBT+ para una mejor relación médico-paciente? Primero, debemos de dejar de asumir la orientación sexual y la identidad de género de cada paciente que pase por la puerta de nuestro consultorio, siendo más inclusivos al momento de pedirles sus datos y realizarles la historia clínica. Debemos aprender a preguntar sobre el género además del sexo, la orientación y hasta los pronombres que prefieren las personas para ser más respetuosos y acomodativos con nuestros pacientes. Se recomienda también incluir y exhibir políticas anti-discriminación en los consultorios, y poner a disposición panfletos con información referente a la salud de la comunidad LGBT+ en espacios como las salas de espera2.

No todos tenemos que ser expertos en salud LGBT+, pero sí podemos adoptar este tipo de actitudes que no toman implican esfuerzo de nuestra parte como profesionales de la salud, pero pueden generar un cambio muy positivo en la salud de esta minoría.

Autor: Verónica Pérez – Editor: Ana Lourdes Pérez

Bibliografía: